Motivado por el trabajo Improntas de un juglar niquereño, salido en la página 5 de la
edición impresa del semanario La
Demajagua, de la provincia cubana de Granma, el sábado 29 de junio y
firmado por Luis Carlos Frómeta Agüero, se me ocurrió compartir con los
lectores estas pequeñas historias, muy parecidas a las narradas por el
periodista en su columna Estampa del último
sábado.
Las situaciones que plantea en su escrito mi
colega Frómeta me hicieron recordar algunas vividas en mi juventud, de la cual ya han
pasado unos cuantos años, y que muestran ese gracejo popular al que sin lugar a dudas están
acostumbrados los cubanos.
Empecemos con esta: en la década de los 70
del pasado siglo tenía un amigo y compañero de labor –no voy a decir su nombre para
no herir susceptibilidades- que trabajaba en Bayamo y vivía en un pueblito
cercano a esa urbe, quien más o menos cada dos o tres días se trasladaba en
taxi hacia su casa, aclaro que cuando aquello –época dorada de nuestros taxis- se
cobraba la carrera por el taxímetro, monto que se repartía entre todos los
viajeros y así a cada uno le salía más barata; en una de esas ocasiones, antes
de viajar el susodicho había bebido unas cuantas copas con otros amigos por lo
que pasó el trayecto “durmiendo la mona” y solo se despabiló un poco cuando escuchó
frente a su vivienda que el taxista decía: ¡Oigan, vengan a recoger este bulto!
Bueno, de más está decir la cara con la que lo recibió su esposa.
Sigamos con otra perla: un familiar bien
allegado, le gustaba empinar el codo en demasía y cogía cada “fuega”, debo
agregar que este personaje aún vive y felizmente desde hace muchos años dejó el
vicio de beber ron; un día en la casa de unas amistades se pasó de tragos y
hubo que transportarlo a su vivienda en lo que encontraron allí a mano -una
carretilla o vagón de la construcción-, al llegar uno de ellos gritó: Vieja,
¿dónde dejo este material? La madre del beodo que solo vio el artefacto y
pensando no sabemos en qué cosas, dijo: Tíralo ahí en la acera que luego los
muchachos lo entran.
Y por último les cuento esta: un día en el que
un grupo jugábamos dominó e ingeríamos 620 –un tipo de alcohol de la fábrica
azucarera de Mabay- en el hogar de un compañero, este mandó a su mujer a
cocinar un pato para hacer una caldosa, cuando estuvo el alimento a uno de los reunidos le cayó una pata con
sus membranas dactilares y todo, lo cual le causó gran repugnancia por lo que
se dio un buen buche del brebaje alcohólico y sin pestañar engulló la “posta”.
Por el camino, ya de retirada, alguien comentó:
-¡A mí no me cayó ni un pedacito de carne! Chicho, tú si tuviste suerte, pues
te vi masticando un buen trozo. Y este respondió: -Sí, me comí toda la pata.
Otro de los caminantes, medio despistado por
los humos de la cantidad de bebida ingerida, trató de corregirlo: -Compadre,
era un pato. Y Chicho, un tanto malhumorado, replicó: -Digo que fue una pata
del pato lo que me comí.
Les digo que fue mayúsculo el asombro de
todos al oír aquello, a lo cual le siguió una gran chanza a costilla del
comilón de pata. Nada, que momentos jocosos, hilarantes, encontramos por
doquier en estas tierras nuestras de la más linda isla caribeña: Cuba.
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